WASHINGTON.
La exsecretaria de Estado Hillary Clinton, como favorita entre los
demócratas, y el magnate Donald Trump, como un inesperado bastión
republicano, protagonizaron los primeros compases de campaña electoral
en Estados Unidos este 2015 antes de entrar de lleno en las
presidenciales el año próximo.
El nombre de Clinton resonaba en Washington desde 2008, cuando perdiera las primarias con el entonces prometedor senador Barack Obama, una derrota desde la que ha aguardado pacientemente para volver a presentar su candidatura y poder llegar a la Casa Blanca.
Como un secreto a voces, la también exprimera dama hizo oficial su candidatura por el Partido Demócrata a través de un vídeo emitido por las redes sociales a mediados de abril, pero no fue hasta junio cuando celebró su primer gran evento de campaña en Nueva York, donde tiene su sede.
Pese a enfrentarse a altibajos, fundamentalmente por las acusaciones vertidas sobre ella tras descubrirse que había utilizado su correo electrónico privado para asuntos públicos mientras estaba al frente de la diplomacia estadounidense, Clinton ha liderado con cierta estabilidad la intención de voto frente a sus rivales en las primarias.
Junto a ella, se sumaron a la carrera demócrata el exsenador por Virginia Jim Webb y el exgobernador por Rhode Island Lincoln Chafee, quienes ya abandonaron sus aspiraciones, mientras que aún quedan en liza el exgobernador por Maryland Martin O’Malley y el senador por Vermont Bernie Sanders.
Si bien Clinton durante estos meses nunca ha flaqueado hasta la preocupación ostentando siempre el rol de “favorita”, Sanders ha tenido un gran impacto entre el electorado del partido, tal vez más de lo esperado, y ha servido también para poner en ciertas situaciones incómodas a la exsecretaria de Estado.
Las políticas de izquierdas del senador, quien se autodenomina socialista, han obligado a Clinton a revisar algunas de sus posiciones y dotar su discurso de un halo más progresista, sin embargo, nada apunta a que la amenaza de Sanders sea tan grande como para que peligre su candidatura.
En el otro lado del ring, el escenario republicano ha sido totalmente opuesto, y ante la corta lista de candidatos demócratas, los conservadores llegaron a sumar hasta 17 rostros diferentes para luchar por su nominación presidencial.
Nombres como Jeb Bush o Marco Rubio, incluso el ya retirado Scott Walker, encabezaban las quinielas, sin embargo fue Trump quien con su discurso provocativo y rompedor irrumpió en las encuestas con fuerza para quedarse.
Echando mano de su energía y sin ningún tipo de recato, apenas comenzada su campaña electoral el multimillonario hizo unas duras declaraciones contra los inmigrantes mexicanos que llegan a Estados Unidos, acusándolos de “violadores” y “criminales”.
Aquella afirmación, lejos de granjearle rechazos, le supuso una catapulta a la primera línea del debate político y mediático, además de un gran número de seguidores que aún hoy siguen dándole su apoyo, según los sondeos.
Primero Trump, y luego el neurocirujano Ben Carson, encarnaron así la figura del “outsider”, el candidato ajeno al aparato tradicional del partido, con más éxito del esperado, haciendo dudar a los analistas sobre quién será el elegido entre los conservadores para luchar por la Casa Blanca en noviembre de 2016.
No obstante, pese al aguante de sus campañas, los expertos coinciden en que será uno de los candidatos más cercanos al “establishment” el que finalmente buscará arrebatar a los demócratas la Presidencia, alguien que al menos tenga cierta experiencia política.
En las últimas semanas de 2015, fue el senador por Florida Marco Rubio quien subió poco a poco en las encuestas y quien dentro del aparato republicano termina el año como una de las esperanzas para batir al magnate.
Así, mientras parece que del lado demócrata está todo prácticamente decidido de cara a las primarias, que comenzarán en febrero, la máxima expectación y las incógnitas caen en el bando republicano, donde todavía está por ver si ganara un candidato lejano a la vieja guardia o un pupilo del partido.
El nombre de Clinton resonaba en Washington desde 2008, cuando perdiera las primarias con el entonces prometedor senador Barack Obama, una derrota desde la que ha aguardado pacientemente para volver a presentar su candidatura y poder llegar a la Casa Blanca.
Como un secreto a voces, la también exprimera dama hizo oficial su candidatura por el Partido Demócrata a través de un vídeo emitido por las redes sociales a mediados de abril, pero no fue hasta junio cuando celebró su primer gran evento de campaña en Nueva York, donde tiene su sede.
Pese a enfrentarse a altibajos, fundamentalmente por las acusaciones vertidas sobre ella tras descubrirse que había utilizado su correo electrónico privado para asuntos públicos mientras estaba al frente de la diplomacia estadounidense, Clinton ha liderado con cierta estabilidad la intención de voto frente a sus rivales en las primarias.
Junto a ella, se sumaron a la carrera demócrata el exsenador por Virginia Jim Webb y el exgobernador por Rhode Island Lincoln Chafee, quienes ya abandonaron sus aspiraciones, mientras que aún quedan en liza el exgobernador por Maryland Martin O’Malley y el senador por Vermont Bernie Sanders.
Si bien Clinton durante estos meses nunca ha flaqueado hasta la preocupación ostentando siempre el rol de “favorita”, Sanders ha tenido un gran impacto entre el electorado del partido, tal vez más de lo esperado, y ha servido también para poner en ciertas situaciones incómodas a la exsecretaria de Estado.
Las políticas de izquierdas del senador, quien se autodenomina socialista, han obligado a Clinton a revisar algunas de sus posiciones y dotar su discurso de un halo más progresista, sin embargo, nada apunta a que la amenaza de Sanders sea tan grande como para que peligre su candidatura.
En el otro lado del ring, el escenario republicano ha sido totalmente opuesto, y ante la corta lista de candidatos demócratas, los conservadores llegaron a sumar hasta 17 rostros diferentes para luchar por su nominación presidencial.
Nombres como Jeb Bush o Marco Rubio, incluso el ya retirado Scott Walker, encabezaban las quinielas, sin embargo fue Trump quien con su discurso provocativo y rompedor irrumpió en las encuestas con fuerza para quedarse.
Echando mano de su energía y sin ningún tipo de recato, apenas comenzada su campaña electoral el multimillonario hizo unas duras declaraciones contra los inmigrantes mexicanos que llegan a Estados Unidos, acusándolos de “violadores” y “criminales”.
Aquella afirmación, lejos de granjearle rechazos, le supuso una catapulta a la primera línea del debate político y mediático, además de un gran número de seguidores que aún hoy siguen dándole su apoyo, según los sondeos.
Primero Trump, y luego el neurocirujano Ben Carson, encarnaron así la figura del “outsider”, el candidato ajeno al aparato tradicional del partido, con más éxito del esperado, haciendo dudar a los analistas sobre quién será el elegido entre los conservadores para luchar por la Casa Blanca en noviembre de 2016.
No obstante, pese al aguante de sus campañas, los expertos coinciden en que será uno de los candidatos más cercanos al “establishment” el que finalmente buscará arrebatar a los demócratas la Presidencia, alguien que al menos tenga cierta experiencia política.
En las últimas semanas de 2015, fue el senador por Florida Marco Rubio quien subió poco a poco en las encuestas y quien dentro del aparato republicano termina el año como una de las esperanzas para batir al magnate.
Así, mientras parece que del lado demócrata está todo prácticamente decidido de cara a las primarias, que comenzarán en febrero, la máxima expectación y las incógnitas caen en el bando republicano, donde todavía está por ver si ganara un candidato lejano a la vieja guardia o un pupilo del partido.
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